Sus ojos claros disiparon mis suspiros
y volaron por los vientos éstos
y se encaminaron a sufrir luego.
¿Qué ha de ser ahora de ellos?
Pues a mí han vuelto como nunca lo pensé
o como siempre, no pensado.
Me dibujo sus besos en mis labios
y le miro en mi piel moviendo cada rayo
jugueteando con mis ansias de querer besarlo.
Mas muere todo en mis suspiros;
muere y nace, y nace y vuelve a morir,
pues muy lejos de esta cara, vaga la suya
indiferente y llana,
como si nada lograra moverle un nervio
como si mis ojos pardos nada le dijeran.
Salen sus ojos verdes como reflejo del vivo pasto
del vivo amor del amor vivido de lo vivido en un pasado
mas sale junto a ellos ese orgullo pujante y frío
observando con despecho mis actos
destrozando lo que ya he formado.
Es vano,
que mi corazón le palpite su ausencia.
Son toscos,
sus labios ahora, si lejos de los míos se posan.
Y su boca,
cuya anatomía lograba hechizar cada palabra dicha.
Si en cariños de tardes y mañanas
su lunar me absorbía los deseos
Y me hacia desearlo más…
Ahora con el recuerdo solo, oblicuo,
que me llene, nada me llena.
Los deseos al sol y a la luna reclamo abatida e irascible,
pues sin nada yacen mis manos,
tibias por el fervor
frías por la soledad…
Verdes sus ojos y los míos pardos,
como una contradicción,
como una predicción,
como ni los dioses lo hubieran deliberado,
juntos, turbios y mezclados,
en los arreboles de codicias
conjugando los más ávidos desvelos
fecundando el que fue un nuevo amor bello.
Verde y pardo.
Como un final sin fin.
Como lo más fuerte que fue frágil.
Como lo más canijo que fue lo rígido.
Como un cazador que terminó siendo presa
y la presa, presa de su orgullo quedó,
y la cazadora presa de sus ojos verdes,
de su verde amor, su amor dulce,
su dulce sabor, el dolor saboreó,
permaneció de nuevo sola,
en la soledad de sus ojos,
con sus ojos pardos, pardos de amor,
del amor verde, del verde de unos ojos,
de los ojos que amó…
Ana Lía Casvar 2004
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