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jueves, 12 de agosto de 2010

Maese el pintor

Maese el pintor imaginaba que la lluvia en su abundancia le cargaba los hombros de ansiedades, perturbaciones y conciencias mientras él tan solo azotaba su cabeza contra el dolor insólito y despiadado que lo circundaba. 



Maese quería amar a una bella doncella que con hadas y cuentos le dibujaba la silueta en un pergamino viejo y guardado, quería pensar que mientras se insertaba entre las noches encarnadas de besos y vinos se alejaba de su trecho, conductor a una montaña clara y divina en la sublimidad de la esperanza y los anhelos… donde justamente se encontraba el castillo de la princesa del cuento… 



Maese era soñador empedernido, Maese ya cantaba solo, Maese no quería estar solo, el pintor lloraba las noches que a caer sobre sus ojos claros iba fogosa y cruel, mofándose de su cobardía, o de su incapacidad, Maese era pintor que ya había perdido el arte de su vicio, y había caído en el vicio de su arte, el arte de pintar, ya no sólo pintaba los paisajes rurales y urbanos con sus pinceladas oscuras y edificios de su naranja de arrebol, ya no pintaba el panorama rosado de los ocasos revueltos entre las pieles de una tierra húmeda y bella; pintaba a la bella doncella ahora, con sus hilos dorados de amor y desvelos, y los ojos pardos cargados de bondad y aprecio, pintaba ahora su sonrisa engatusadora y frágil que briosa saciaba sus ansias de querer ser amado… 



Maese estaba enamorado y amaba estarlo, en sus veranos ardientes de aseveraciones inflamaba sus entrañas, sin embargo Maese no estaba en lo correcto, repetía días tras días los mismos inciertos bellos, y el esmero que empeñaba en hacerlo le resultaba enriquecedor dentro a pequeños lapsos; la montaña divisada era muy grande y estaba muy lejos, parecía inalcanzable, mientras se soltaba de todos y de todas creía llegar mas rápido, creía estar en lo correcto, creíase mas dueño, pensábase mas fuerte y mas bueno… 



Una noche Maese cansado de pintar a perfección a su amada y de cada vez hacerla mas bella, al verla tan bella, se asustó y quiso huir de su espíritu, corrió al monte de ánimas y espectros raros, espantos aglutinados, sin dirección, desesperado y devastando las hojas secas con sus pisadas groseras y miedosas, jadeando los desquicios de su mente, sudando su temor patente; se pensó de pronto que su amada no podía ser tan bella y la había exagerado, en otra ocasión se dijo que aquella mujer no era su amada sino otra, alguna que deseaba hervirle y desviarle; así deambulaba el pintor enloquecido, de pronto sin más se tropezó con unos troncos secos y podridos, así cayó a un pozo sucio de lodo asqueroso y maloliente… como devuelto a una semirealidad de antojos y no antojos, el hombre se puso en pie gruñendo y se dirigió algo disgustado hacia el río, mojado de verde, del verde de vida, a tomar las gotas, a lavarse la vergüenza, para limpiarse miró su reflejo en las ondas mecedoras del agua, y el reflejo le contó a Maese como debía ser su amada… 



Maese volvió y la pintó así, feliz de haberlo sin mas logrado, día tras día miraba la montaña y el castillo cercano a ella le embestía con sus pensamientos el futuro incierto, Maese cansado de su llanto y su soledad decidió recorrer todo el trecho hacia la loma, partió entusiasmado y gratificante, padeció fríos y angustias, hambrunas e insultos, al llegar harto de sus males se dirigió al castillo, ingresó y estaba vacío, el pintor extrañado buscó y se enfureció, se ahogó, se estremeció, pues no había nadie… 



Maese el pintor pintaba lo que no existía, o al menos de ello se dio cuenta, Maese cayó en un eterno letargo sucio y devastado. 



Maese nunca supo como devolverse y allí quedó triste imaginando que vivía con su fantasma, con el espectro de su amada… Maese nunca pudo pintar más, ni hablar con nadie, Maese dejó de existir cuando supo que su doncella y todo cuanto pintaba era solo la silueta de sus deseos, los deseos de una pintura silueteada que sólo vivió entre sus ansias de querer amar y ser amado, que nació de la profecía de un mal arte, que se había pintado su sentido de vivir y la mujer que se lo daría, pero se había olvidado que como la mujer no existía, no tenía sentido y entonces él tampoco existiría… 



Ana Lía Casvar 2004

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