¿Usted me entiende? - No esto no se trata de lo que usted cree, no, no son corazones rosa, ni vinos en la piel que dejan aromas, no, esto es algo más, no sé como explicarle, podría usted mirar, échele un vistazo, es un color poderoso con una pasión descontrolada, sin embargo es una bestia y al mismo tiempo un hada, no no, discúlpeme creo que yo he sido algo tonto por mostrarle de estas cosas que creo soy capaz de notar y ver, no se moleste, la salida está por allá, por la cocina justo al lado de la estufa, no me gusta dejar salir a nadie por la entrada principal, puede dejar una interpretación extraña de los sucesos...
Este es un cofre viejo, olvidado, pero yo soy viejo también y no olvido.
Perdóneme jóven, ya he dicho mucho, ¿usted quiere quedarse? Pareciera que quiere quedarse, o tal vez es que mi deseo fortificado por encontrar la llave maestra está volviéndome loco, no vaya a intentar internarme pero por si intenta luego llamar a seguridad o cualquier otro lugar extraño de esos que drogan gente no vienen por acá, les da miedo me parece, creen que soy brujo o alienígena, jajajaja ¡cosa tan macabra esa! Sí yo soy sólo un viejo abundado por la soledad y la ausencia de la humanidad, a mí casa ya no viene nadie y yo de aquí ya ni salgo, a veces se cansa uno de buscar pero aun siendo esto así no pierdo la esperanza.
Me mira inquietante jóven, me parece curioso que no se haya ido corriendo, jejeje, le podría contar tantas cosas pero eso sería totalmente innecesario si es usted la respuesta a mi esperanza. Podría nada más estarse divirtiendo a costillas de este viejo que cree en lo natural que las personas divisan como naturaleza extraña, ¿es difícil proteger lo material? Ahora imagine cuán más difícil es proteger secretos que aunque invisibles y en silencio viajan energéticamente moviendo todo en este mundo, cumplen sus funciones. Ya no doy, estoy cansado y viejo necesito otro guardián o que finalmente el jóven indicado toque mi puerta, me sonría tome el té, fume conmigo mi último cigarrillo para poder despedirme de todo en paz.
Ya no sé qué es la paz, muchacho, yo hablo tanto porque si no dejo de hablar nos embargará el silencio y el silencio se come los misterios, se come los secretos y se olvidan luego. Yo necesito que esto viva, que siga viviendo, no que se mantenga como un secreto pero que viva, el problema es que si no lo oculto un tanto pueden venir a buscarlo los equivocados para fines deplorables... ¡Ay! Me sentaré, quiere ¿usted un té? Hábleme de algo, si quiere marcharse lo comprenderé, el cofre está viejo y empolvado, le ruego a Dios sea usted el indicado.
Hágame callar...
Largo rato sucedió en que me quedé divisando los ojos oscuros y ténues de aquel muchacho esperando disipara toda duda que me envenenaba la corriente sanguínea, largas horas me quedé contemplando su rostro tratando de escuchar alguna respuesta, este viejo y estas esperanzas que se fugan en el vapor del café de la tarde, llegó la noche esa noche y el muchacho no decía palabra, sus ojos brillaban casi como provocados por un llanto interno hasta que se marchó. Se marchó triste, mirando hacia atrás, yo mojaba el pan en el café tratando de encontrar respuestas a estas ilógicas que la vida en esa tarde me había traído, locura incesante podrían muchos llamar, mi viejo cobre aun cerrado, otro día de holocausto ideológico y en el que como por arte de magia debía convencerme de que todo estaba renaciendo, que algún día aparecería, que no debía dejar de creer, pero las pruebas eran pascas, los días rojos como el ojo de mi cofre, no había ingredientes secretos, la vida sólo pasaba como arrastrada por el tiempo, por los segundos que se reproducían como los conejos, como las pastillas para dormir que había dejado de comprar y en medio de mi insomnio comenzaba a imaginarme brincando entre las nubes blancuzcas de un paraíso eterno que muy lejos estaba pero que tenía la oportunidad de conocer algún día.
Y pasaban las horas, como cuando contemplaba al muchacho, su mirada fija y su nerviosismo interno, pasaron las horas hasta el amanecer, hasta que el sol brillaba otra vez, la brisa corría pero el calor abundaba, las puertas y ventanas rechinaban, entre mi soledad y mi casa quedaba mucho espacio para ser llenado, pero ya no se llenaba.
El vacío ímpetu de mis ilusiones incrustadas en la madera casi podrida de la mesa, a veces me sentaba en las afueras divisando los seres que se esconden entre la maleza, duendes, hadas, desgracias del tiempo que me lima los pies, pero hoy más que nada supe que todo anduvo algo al revés.
A la mañana siguiente, tocó la puerta. Grité: ¿¿¿Quién es???
...
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