Cómo duele que tus ojos claven con sangrienta disposición un alfiler de ácido sobre los míos
Y rompas toda mi verdad en falsedades y confusiones, despedazas en el seno de mi realidad toda ciudad construída con las ansias de tus adentros y la ilusión de tu brillo
A veces no deseo rima, tan sólo el ahogo solitario que se disipa en la última burbuja de aire que emerge hacia la superficie desde el fondo de mi tina
A veces es una melodía tan abominable que traspasa toda emoción y se recuesta a dormir entre las precipitadas horas de la soledad hambrienta
A veces mi sien grita impávida que no deseo fallar, mas en la danza del viento que se ha quedado quieto sin moverse, está esa posibilidad de ser todo de otra forma diferente a como pareciera ser... Estupefacta sonrisa que sale a flote de la más podrida ambiguedad.
Y es que a veces es una ambiguedad placentera que me envuelve cual cobija de algodón egipcio y me transporta a ese espacio entre las dimensiones en el que soy un plasma, casi sin forma, lleno de una presencia absolutista pero gentil.
A veces me aferro a la vida que deja de ser vida, esa que se confunde con la muerte pero que tampoco es muerte. Es una eternidad impresa en cada segundo del tiempo ilusionario. Como la sonrisa de un bebé soñando.
Y vuelvo a mi centro, al centro de todo, a tus ojos, a ese resplandor que me cega, que me impacta con sólo tenerte en ese momento perfecto. Ahí te encuentro en mí fluyendo como fluye la sangre por el cuerpo abasteciendo cada espacio, funcionando. Ahí estás, como un plasma que me percibe magníficamente, sin rostro, sin tiempo, sin espacio...
A veces quiero detener la eternidad que siempre sigue su curso, robarte el instante en el que ni parpadeo y cristalizar los versos en media oscuridad. En esa misma en la que a veces me pierdo buscando siempre vivirla a flor de piel.
Instantes que giran como las monedas a la suerte, pero no hay suerte, sólo una necesidad de creer en ella. Instantes que me regalas con tus manos cálidas en ese frío que mueve las cortinas y se mete en mi cuerpo.
No se mantiene nada, sólo se es. En una explosión de manantiales se es, en medio pantano se es, se es en todo aunque parezcamos nada.
Y sin embargo miro por tus ventanas, ya no hieren como espadas, sino que al juntarse conmigo tu cuerpo y el mío han dejado de existir para poder dejarnos ser.
Ser en millones de instantes juntos que se fusionan creando, en tu piel mientras duerme, en la mía mientras te acompaña, un universo en el que estallan todas nuestras partículas alteradas.
Ana Lía Casvar
No hay comentarios:
Publicar un comentario